El único medio factible que posee un sistema para captar y sujetar conciencias, es mediante la persuasión, empleando la motivación e incentivos, imágenes atractivas que seduzcan y que inviten a la conciencia o espíritu a identificarse con ellas. Una vez establecida la identificación, la conciencia se diluirá en una serie de ‘condiciones’ establecidas por el sistema.
A la actividad desarrollada por la conciencia dentro de un sistema la denominaré conducta. En realidad la conducta no es más que la conciencia conducida a través de una trama ideológica. El objetivo de la trama es lograr implicar a la conciencia, estimularla en la asimilación de una determinada ideología mediante el empleo de esquemas de control y persuasión, que faciliten su autoafirmación siempre en base a los objetos propuestos por el sistema.
Al conjunto de estos objetos los llamaré mundo, y a la conciencia dentro del mundo, sujeto. De esta manera será la propia conciencia, en su afán por autoafirmarse, por valorarse en el mundo, la que paulatinamente irá cediendo su iniciativa, empobreciéndose hasta quedar suplantada, en favor de un conjunto de valores y respuestas aprendidas, y fielmente representadas, que garantizarán el estrecho marco de una ‘seguridad psicológica’, que ya no estará dispuesta a abandonar.
Será el miedo a la pérdida de los objetos del mundo, del sentido, personas, ideologías, lo que la convierta en sujeto, lo que la someta. La pérdida de su mundo, implicaría lógicamente la abolición de su identidad dentro del mismo, la pérdida del sujeto. Esto la dejaría en el vacío de la inexistencia, algo absolutamente inviable, ya que sujeto y mundo son inseparables, de ahí que la defensa de su identidad represente la defensa de su mundo y viceversa. Ciertamente no existe prisión más perfecta, ni esclavos más perfectamente encadenados.