Entiendo que a algunos jóvenes les atraiga el rap, y que muchos de los temas musicales cumplan una función legítimamente reivindicativa. A mi me gustan algunas canciones de este género, generalmente por su contenido social.
Si yo digo que el terrorismo es bueno y deseable, no pasa nada, porque dentro de mi libertad de expresión, nadie me sigue. Sin embargo, la cosa cambia, si de la noche a la mañana bajo ese slogan, me siguen una mayoría de personas, generalmente jóvenes que aún se están formando sus propios principios a seguir en la vida. Una vida en sociedad.
Yo me crié formándome una visión positiva de la vida. Fundada en la confianza, en el amor y el respeto mutuo, como base para una convivencia sana y edificante. Ciertamente los principios en los primeros momentos están respaldados por una autoridad, aunque cuando uno se va emancipando va escogiendo aquellos con los que encuentra un mayor grado de afinidad.
No obstante, desde hace unos años atrás, estamos asistiendo a una inversión de determinados valores que hasta hace no mucho habían representado los pilares de la convivencia intergeneracional permitiendo una estabilidad social y política.
Si yo tuviera que esbozar en qué consiste esta tendencia deflacionaria de los principios éticos, la expondría como: protestar por todo y exigir derechos a cambio de nada. O resumido en un solo término como: La Protestología.
Esta es una tendencia que anega buena parte de las fuentes de la política tradicional, de un signo o de otro, llegando a niveles hiperbólicos que sacuden nuestra realidad cotidiana, colmando de un desaforado extremismo distintas manifestaciones y discursos.
Que si las mareas, los podemitas salvadores, los voxeros salvapatrias, el sanchismo, los indepes, a casi nadie le falta una etiqueta chirriante. Todos bajo un mismo fondo común, la protesta sin objeto, que asume los argumentos del momento, y encuentra en el otro, el chivo expiatorio.
Y en este contexto caldeado, surge la figura de un cantante de rap que encandila a sus seguidores apelando, entre otras cosas, al tiro en la nuca o a poner bombas lapa, supuestamente para acabar con la violencia represiva ejercida por la autoridad de un estado fascista.
Lo detienen y lo condenan. Y una ola de protestas sacude algunas ciudades, en defensa de la libertad de expresión como uno de los derechos fundamentales que garantizan el ejercicio de la democracia. Cuestión que dicha así parece legítima e incuestionable. El problema es que trivializar la violencia para un gran número de fans y seguidores, crear contenido que apela al odio y a atentar contra la vida y la seguridad material del rival político, es lo más opuesto que existe para garantizar la libertad individual y colectiva en una sociedad democrática y plena de derecho. En esa misma línea habría que incluir el yihadismo o los discursos políticos del fascismo o el nazismo. Hechos que son la antesala de la barbarie.